Pichón


Hoy pude hablar. Me salió la voz y me sentí tan grande como una secuoya joven. ¿Quién me lo habría dicho hace unos meses?

Estos últimos días me cambiaron, o yo los cambié a ellos, no estoy muy segura. Mi mente estuvo mucho más serena que de costumbre. Sentí un atisbo de paz interior que jamás había sentido y es como si ahora comprendiera mucho más sobre el mundo y a lo que la gente se refiere cuando habla de estar en paz con uno mismo. Una serenidad refrescante. Un silencio refrescante. Una nueva capacidad de concentración en lo que está fuera y menos obsesión con lo que tengo dentro. Cada momento de estos últimos días fue aproximadamente 1000 veces más intenso que si hubiera ocurrido la semana pasada, y todo simplemente porque conseguí fijarme y mirar hacia afuera.

Con respirar una vez me bastó para hacer algo, para decir algo, para ver algo (cosas que normalmente requieren un montón de inspiraciones y suspiros).

Y hablé...me salió la voz como un pequeño arroyo. Limpia y cristalina y sin la posibilidad de volver hacia atrás. Sin siquiera la posibilidad de pensar en volver hacia atrás. Hablé poco y con decisión y sin arrepentirme inmediatamente de haber abierto la boca. Hablé sin temblar.

Hablé queriendo decir algo.

Hablé queriendo decir lo mío, lo que me hace a mí.

Hablé sin que la garganta me quemara.

Hablé sin sentir que eso era lo que se esperaba de mí.

Hablé sin sentirme un pichón entre otros miles.

Estoy tan feliz que se me saltan las lágrimas.

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