My London

La luz del desayuno del sábado

El sábado empezó con un desayuno lleno de luces y sombras, con la calidez del sol invernal acariciándome a través de la ventana. La miel a contraluz, el pan casero y un poco de té para entrar en calor. A decir verdad, me levanté bastante temprano: podría haberme quedado un rato más remoloneando en la cama. Pero no, me desperté y salté como un resorte: hacía sol y tenía pensado desde el jueves lo que me iba a poner. Por fin iba a estrenar mi súper suéter blanco lleno de siluetas de la cabeza de Mickey, y, para darle el toque eléctrico, mi súper falda azul cobalto metalizada. Los días que empiezan con decisiones tomadas suelen ser buenos. 

Tengo solo una boca, pero ese día tuve la cara llena de sonrisas. Me vestí y entre idas a venidas de la habitación al salón y del salón a la habitación empecé a preparar los papeles para llevar al consulado (al fin y al cabo, había una razón para salir de casa). DNI: checked. Foto de carnet: checked. Prueba de domicilio: checked. Ya tenía todo lo necesario para renovar el pasaporte, excepto que...la última vez que intenté renovar el pasaporte el funcionario dudó de que mi foto valiera. Miré las fotos de nuevo. Un mechón ondulado tapaba mi casi inexistente sien derecha. Bien, pienso, no voy a dejar que me echen para atrás por la foto después de ir hasta allá y juntar todos los papeles. Necesito otra foto.

Con el tiempo echándoseme encima, salí de casa y fui hasta el fotomatón más cercano. No resultó ser la máquina endemoniada que pensaba que iba a ser, a pesar de tener función de imprimir cosas (todos sabemos que las impresoras las trae el diablo). Se portó decentemente, imprimió la foto rápido, foto en la que salí con los ojos abiertos y sorprendidos en mi afán de no cerrarlos. Nada de pelo en las sienes (no es que eso hiciera que las sienes se me apreciaran, tengo la cara chica).

Volví a casa, Abel ya estaba listo, y allá que nos fuimos. Cuando llegamos al consulado, por supuesto, nos faltaban fotocopias y papeles y formualarios varios, además de dinero en efectivo para pagar por el pasaporte. Fue un buen (no deseado) recordatorio de lo que es la burocracia. Después de un rato en la sala de espera, me llamaron a una de las ventanillas. El funcionario que me atendió contestó a todo lo que le pregunté y consultó varias cosas con el que estaba atendiendo a Abel en la ventanilla a mi izquierda. Abel siempre tiene suerte con esas cosas: su funcionario sabía. Su funcionario moreno y con la nariz pequeña, un acento del norte de España precioso y unas facciones como si hubieran mezclado a Jim Sturgess, Gael García Bernal y a mi profesor de traducción especializada de alemán en la universidad (que obviamente también me gustaba). Creo que le sonreí como una boba durante toda nuestra conversación. Todavía me dura el enamoramiento y las ganas de que la ruleta de la vida haga que me atienda él cuando vaya al consulado de nuevo en marzo.

Cuando salimos, no pude evitar contárselo todo a Abel, riéndome risueñamente y llena de vergüenza. Él también estuvo de acuerdo en que su funcionario era muy guapo. Suspiré y le dije "ah...tengo un tipo". Se rio, echando la cabeza hacia atrás, dejando, gracias a la gravedad, que se ocupó de despejarle la frente de mechones castaños, su perfil recalcado perfectamente contra el cielo, y me dijo "¡Claro que tienes un tipo! Llevo un montón de tiempo dicéndotelo. Lo malo es que yo no sea tu tipo. 
"

Lo miré, a los ojos, porque hay cosas que hay que decir mirando a los ojos: "Claro que sos mi tipo. Sos totalmente mi tipo. Sos mi mejor tipo". Entonces echó de nuevo la cabeza hacia atrás, y riéndose, me contestó: "Tú eres mi mejor tipa".

Pasamos el resto del día paseando por Chelsea, intentando comprar una tortuga y absorbiendo conocimiento en el Museo de Historia Natural después de recargar energía con pasta y pizza.

Volvimos a casa a eso de las seis. Yo, con las piernas doloridas y la mente cansada pero llena. Y no hay nada mejor que tener la mente llena, sobre todo si es de amor.



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